Llevas un tiempo dándole vueltas en tu cabeza a tu salud intestinal. Has decidido que quieres ponerle solución de una vez por todas y te pides una cita médica.

Ensayas en tu cabeza todo lo que quieres contar y todas las preguntas que quieres hacer, pero en lo que se va acercando el momento te vas poniendo más y más nervioso. No sabes lo que te espera.

Vas a compartir detalles muy íntimos con un perfecto desconocido, y todavía te da vergüenza hablar de estos temas. Te asaltan las dudas: ¿Cómo será la consulta? ¿Qué me va a preguntar? ¿Me tendrá que explorar? ¿Y si no estoy del todo limpio? ¿Me juzgará? ¿Tendrá solución mi problema? ¿Tendré que hacerme alguna prueba incómoda? ¿Me tendré que operar?

Es normal que te quedes en blanco. Que todo lo que querías contarle y preguntarle a tu médico desaparezca de tu mente como por arte de magia.

Tienes poco tiempo para resumir un problema de años y te bloqueas.

Lo peor es que, cuando sales de la consulta, todos esos pensamientos vuelven a tu mente y te arrepientes de haberte dejado cosas en el tintero.